miércoles, 29 de diciembre de 2010

¡OJALÁ QUE SE HAGA!

Políticas de Estado: un hecho histórico. Por Rodolfo Terragno.

No es el acta fundacional de un "frente común". Los firmantes pertenecen a fuerzas políticas que, en las cercanas elecciones presidenciales, competirán unas contra las otras. El compromiso es, por lo mismo, único. No hay en la historia argentina contemporánea antecedente de un acuerdo sustancial. entre políticos próximos a disputarse el poder.

Radicalismo y peronismo firmaron en 1970 un documento conjunto -"La hora del pueblo"-, pero sólo para reclamar que se fueran los militares. El Acuerdo de Gobernabilidad y Políticas Públicas, suscripto el viernes 17 del actual, no emplaza a terceros. Obliga a los propios firmantes, que tendrán la responsabilidad de ejecutar políticas comunes. Esas políticas serán llevadas a la práctica "cualesquiera que sean las posiciones" que los respectivos partidos ocupen en el futuro, "fuere en el gobierno o en la oposición".

Este es el corazón de un acuerdo sobre políticas de Estado. A fin de implementarlo, el gobierno de turno deberá contar con el apoyo de sus opositores. ¿No hay riesgo de incumplimiento? No mayor del que pesa sobre todo contrato. En este caso, además, se han tomado recaudos que hacen difícil deshonrar la palabra: el compromiso fue firmado y "escriturado" en un acto público.

Quien ejerza el Ejecutivo, así como la fuerza mayoritaria en el Congreso, mantendrá un "diálogo permanente" con las minorías.

Algún firmante puede, en el futuro, estar al frente de la Nación. Por eso importa convenir, de antemano, que la mayoría "no da derechos absolutos". Si bien el/la jefe/a del Estado puede ejercer sus facultades a discreción, el acuerdo establece un mecanismo de consultas no vinculantes. La idea es que no se tomen decisiones de trascendencia sin agotar -en el tiempo que conceda la naturaleza o urgencia del hecho- la posibilidad de consenso.

Lo mismo les cabe a las mayorías legislativas; sobre todo, aquellas que tienen quórum propio y número para imponer su voluntad. Desechando esas ventajas, deben esforzase por unificar posiciones con otros bloques. Sólo cuando el esfuerzo resulte inútil, harán valer su peso.

La oposición se abstendrá de "obstruir ilegítimamente" la acción de gobierno, y de promover "alteraciones políticas o sociales".
Los opositores podrán diferir con el oficialismo en múltiples aspectos; pero no se sentirán ajenos a la responsabilidad de fortalecer las instituciones y asegurar la paz social.

Los firmantes se obligan a respetar "de manera rigurosa" la "división de poderes", así como la "independencia de la Justicia" y los principios y las garantías fundamentales "que consagra la Constitución Nacional".

¿Hace falta esto? ¿No es un deber ya consagrado por la propia Constitución? Claro, pero es un deber que ha sido continuadamente incumplido por las distintas fuerzas políticas.

La Ley Suprema dice que, si acaso el Congreso concede "facultades extraordinarias" al Ejecutivo, la concesión será nula. No tendrá ningún efecto. Sin embargo, el país vive bajo una ley de "emergencia económica" que le otorga al Ejecutivo esas "facultades extraordinarias", nulas pero vigentes.

La Constitución también dice que el Ejecutivo "no podrá en ningún caso", bajo pena de "nulidad absoluta e insanable", emitir "disposiciones de carácter legislativo". No obstante, la Casa Rosada se ha pasado lustros dictando leyes, disfrazadas de "decretos de necesidad y urgencia", con la resignación del Congreso y el consentimiento de la Justicia.

La independencia de los jueces es, en cierta medida, una ficción. Muchos de ellos están sujetos a presiones que ya no son siquiera subrepticias: con frecuencia, se las ejerce a la luz del día.

El compromiso de cumplir la Constitución "de manera rigurosa" no es, por lo tanto, innecesario ni banal. Es una condición para que la Argentina se convierta en una verdadera república.

La seguridad jurídica queda asegurada por una cláusula muy precisa: quien contrate con el Estado, "o realice inversiones autorizadas por éste", tendrá "garantizado" que esos actos jurídicos no serán alterados por "actos administrativos o leyes de efecto retroactivo".

Bajo producto por habitante y una inicua distribución del ingreso se combinan para debilitar la economía argentina y potenciar los problemas sociales.

Para duplicar su producción en una década, la Argentina debe crecer sin pausa a más de 6% anual; o elevar su productividad, si quiere hacerlo a una tasa menos exigente y más viable. Nada de eso se logra a falta de una inversión colosal: de 25 a 30 puntos del producto. Una parte la podrá aportar el Estado, pero el grueso dependerá del ahorro interno y la inversión externa directa.

Solamente en energía, calcula Daniel Montamat, hay que poner más de 7000 millones de dólares. Por año.

Toda inversión en el sector energético -como en infraestructura- es de recuperación lenta. Si se refiere a grandes obras, no pueden rescatarse sino en un decenio: tiempo equivalente a casi tres períodos presidenciales. ¿Quién va a hundir miles y miles de millones con el riesgo de que, en 2011, en 2015 o en 2019, se cambien las reglas de juego? De ahí la importancia de esta cláusula.

Agenda . Aun cuando no hay forma de coincidir sobre todos los puntos de la agenda nacional, el acuerdo establece prioridades que todas las fuerzas deben considerar, con vistas a eventuales compromisos complementarios.

La intención es no quedarse en los títulos. Proclamar la importancia de la educación es como elogiar la felicidad: nadie está a favor de la desgracia.

Para avanzar en políticas de fondo, hay que resolver más de un dilema.

¿Cómo impulsar una reforma tributaria que reduzca cuanto antes la perversa desigualdad social, sin desalentar la inversión? ¿Cómo imponer el federalismo económico sin violar la Constitución, que sujeta la reforma de la coparticipación a condiciones de cumplimiento imposible? ¿Cómo elevar el poder adquisitivo del salario sin entrar en una espiral inflacionaria? ¿Cómo hacer que la economía sea más competitiva sin caer en una devaluación con serios efectos colaterales?

Todos estos dilemas tienen respuesta; pero implementarlas requiere, no acuerdos plenos, pero sí un mínimo común denominador. A eso se dedicará la segunda parte del acuerdo.

La lista . El Acuerdo de Gobernabilidad y Políticas Públicas no es un documento redactado por comentaristas que describen el "deber ser". Es un compromiso contraído por potenciales gobernantes y futuros legisladores.

No es, tampoco, un acuerdo entre opositores. El adjetivo "opositor" es incompatible con un programa de largo plazo. ¿Quiénes estarán en el gobierno (y quiénes en la oposición) dentro de un año, o cinco, o nueve?

Es cierto que, por ahora, el compromiso sólo ha sido suscrito por miembros de la circunstancial oposición.

No debemos ahorrar esfuerzos por sumar a hombres y mujeres del actual oficialismo y de otras fuerzas democráticas, cualquiera que sea su ideología. Si estos objetivos se alcanzan favorecerán a los gobiernos del mañana, sean de izquierda, de centro o de derecha. Más importante aun: favorecerán a la sociedad.

Este acuerdo ha sido aprobado, a título personal, por estos/estas dirigentes (por orden alfabético de sus partidos de pertenencia):

* Coalición Cívica: María Eugenia Estenssoro, senadora nacional, candidata a jefa de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

* Frente Cívico y Social de Catamarca: Oscar Castillo, senador nacional.

* GEN: Margarita Stolbizer, diputada nacional, presidenta del bloque; Aldo Isuani, presidente del partido en la ciudad de Buenos Aires.

* GEN-Partido Socialista: Jaime Linares, presidente del bloque GEN-PS en la Legislatura bonaerense.

* Partido Socialista: Hermes Binner, gobernador de Santa Fe; Roy Cortina, diputado nacional, candidato a jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires.

* Peronismo Federal: Eduardo Duhalde, precandidato a presidente de la Nación; Felipe Solá, diputado nacional, presidente del bloque, precandidato a presidente de la Nación; Sonia Escudero, senadora nacional; Hilda Beatriz González de Duhalde, senadora nacional; Ramón Puerta, diputado nacional, vicepresidente III de la Cámara; Eduardo Amadeo, diputado nacional; Carlos Brown, presidente del Movimiento Productivo Argentino.

* Pro: Mauricio Macri, jefe de gobierno de la ciudad de Buenos Aires; Francisco Cabrera, ministro de Desarrollo Económico de la ciudad de Buenos Aires; Gabriela Michetti, diputada nacional.

* Unión Cívica Radical: Ernesto Sanz, senador nacional, presidente del Comité Nacional; Hipólito Solari Yrigoyen, presidente de la Convención Nacional; Ricardo Alfonsín, diputado nacional, precandidato a presidente de la Nación; Gerardo Morales, senador nacional, presidente del bloque; Juan Carlos Marino, senador nacional, presidente de la comisión Defensoría del Pueblo; Oscar Aguad, diputado nacional, vicepresidente I de la Cámara; Ricardo Gil Lavedra, diputado nacional, presidente del bloque; Daniel Katz, diputado nacional.

El compromiso, que tuvo su inicio en el Plan 10/16, también lleva mi firma y la de otros dirigentes. No es una lista cerrada.

El acuerdo está listo para que lo suscriban otros que -cualesquiera que sean sus posiciones políticas- coincidan en la necesidad de fijar políticas de Estado.
Acordar no significará adherir a una propuesta ajena.

El acuerdo es horizontal. No tiene dueño ni líder.

Tampoco desdibujará a las fuerzas representadas en él. Cada una tiene su historia y sus rasgos distintivos. Cada una representa a diferentes sectores sociales. Cada una tiene ideas propias.

El objeto de este convenio es poner bajo un paraguas que proteja de la competencia electoral y parlamentaria -así como de conflictos entre futuros oficialismos y futuros disidentes- políticas básicas que son condición sine qua non del desarrollo económico y social del país.

http://www.lapoliticaonline.com/noticias/val/70150-6/terragno-logro-un-inedito-acuerdo-programatico-de-la-oposicion.html

http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1337160&origen=NLOpi&utm_source=newsletter&utm_medium=titulares&utm_campaign=NLOpi

domingo, 26 de diciembre de 2010

EL COSTO DE NEGAR LA REALIDAD.

Por Carlos D. Pierini.

Acercarse a la verdad es difícil. Hay que estar dispuesto a tomar un sendero arduo y trabajoso. Lejos de esta actitud, la Argentina eligió, muchas veces, el camino de la violenta imposición de "verdades reveladas" alejadas de la razón para resolver sus problemas.

El golpe de Estado de 1930 sentó las bases de un nefasto estilo de estas características. El general Uriburu y sus aliados ideológicos asaltaron la Casa de Gobierno y rompieron en pedazos las tablas de la ley, representadas por nuestra Constitución nacional. Este modelo arbitrario y megalomaníaco que abrevó en el nazifascismo europeo se infiltró como un tóxico en la vida argentina y contaminó la base democrática del país. Desde entonces, por ejemplo, muchos de nuestros gobernantes han intentado prolongar sus mandatos indefinidamente. Una extraña fascinación por el autoritarismo corre por nuestras venas.

Con esfuerzo, intentamos vivir en una sociedad abierta, libre y justa. Pero los enemigos de esta forma democrática amenazan la libertad y el bienestar de los ciudadanos intentando retornar a una sociedad cerrada y tribal, en la que reina el pensamiento mágico, las convicciones son inamovibles y la resistencia a los verdaderos cambios es muy fuerte. Son impostores disfrazados de democráticos.

Para los enemigos de una sociedad abierta, el fin justifica los medios. En esta idea autoritaria, el fin tiene como base un delirio: lograr que la clase elegida (los militares iluminados o los guerrilleros superhéroes), la raza elegida (los cabecitas blancas o los morochos), el pueblo elegido (Dios es argentino; la mano de Dios maradoniana nos ha tocado) o las Grandes Ideas Elegidas de los Superintelectuales (otra clase de superhéroes) basadas en el idealismo y el irracionalismo, den nacimiento a un Hombre Nuevo que sea la síntesis del hombre unido al líder autoritario, símbolo de la clase, raza, pueblo o ideología "superior", a través del cual se recuperará, al fin, el "paraíso perdido".

Sociedad, familia e individuo conforman una trama indisoluble. Las alteraciones de la racionalidad en cualquiera de los sistemas influye poderosamente en los otros. Las personas que tienen poder -léase madre, padre, líderes, dirigentes, maestros, periodistas, gobernantes, jueces, legisladores, representantes de la ley, del orden público o de defensa de la Nación- deben tener la suficiente cordura para crear un ambiente en el que individuos, familias, sociedades y -¿por qué no?- naciones puedan encontrar sentido a la vida; una vida que pueda ser vivida con orgullo y no con vergüenza.

¿En qué consiste un sistema mentalmente saludable? Es aquel que promueve y estimula el crecimiento de todos sus miembros (desde una suficiente alimentación hasta una gran estimulación) dentro de una ley que impulsa a tener cada vez más capacidad de juicio crítico y responsabilidad personal, lo que desalienta la tendencia humana a seguir ciegamente a los ídolos de turno. Es aquel que enseña que los derechos individuales o grupales terminan donde empiezan los derechos de los demás, y promueve el reconocimiento de los otros, semejantes, que no son objetos usables y descartables ni seres que deben ser doblegados si no acuerdan con nuestras ideas.

La libertad es la bandera de una sociedad sana; esta libertad no puede desligarse de la racionalidad, e incluye ineludiblemente el respeto por el semejante y la responsabilidad. Como ha señalado el filósofo Karl Popper: algunos hombres inteligentes pueden ser en extremo irrazonables y aferrarse a sus prejuicios, negándose a escuchar a los demás. El arte de escuchar la crítica es la base de la racionalidad y no se da la mano con el autoritarismo. Poder criticar con argumentos a nuestros líderes familiares, intelectuales o sociales, así como permitir la crítica y poner en duda nuestras convicciones para poder cambiar de rumbo, son signos de salud mental.

El reconocimiento de que los otros existen y deben ser cuidados crea salud social. Cuando el sistema está enfermo, ocurre lo que Gregory Bateson ha descripto muy bien al relatar cómo un joven en vías de recuperación de un episodio esquizofrénico vuelve a desquiciarse.

Internado en una clínica, este joven esperaba ansioso la visita de su madre. Al verla llegar, corre a abrazarla. En ese momento, la mamá se pone tensa y sutilmente presiona con sus brazos hacia afuera; el joven, al sentir ese movimiento de resistencia, la suelta y se aparta. La madre lo mira como asombrada y le dice: "Hijo, ¿qué te pasa? ¿Por qué no me abrazás? ¿Es que ya no me querés?". El joven no puede denunciar lo que ha percibido, o sea, el rechazo. Ha sido entrenado para el silencio. Si el joven hubiera señalado el hecho como lo había hecho alguna vez en el pasado, la mamá le hubiera dicho: "¡Cómo me podés decir eso! ¡Cómo podés pensar que te rechazo! ¿Estás loco?". Cuando la madre se retiró de la clínica, el joven atacó a una enfermera.

El joven sabía la verdad, pero no la podía decir. Si la decía, era tratado como loco. El no poder denunciar lo innegable produce locura y violencia.

¿Quién podía denunciar libremente su desacuerdo con los métodos de la dictadura? Si un joven tenía el pelo largo o barba en la época del proceso militar podía ser catalogado de guerrillero y, si disentía activamente, desaparecer para siempre. No estar de acuerdo con las ideas y los actos de las organizaciones guerrilleras significaba automáticamente ser cómplice de los militares represores. Este sistema de pensamiento muy primitivo y típico de las psicosis (paleología) hacen que un perro y una vaca sean lo mismo: ambos animales tienen cuatro patas.

Muchas veces, en nuestra historia, hemos vivido esta forma distorsiva de pensamiento; los que denuncian o no se someten, o difieren de las ideas o métodos de gobierno en distintas épocas y en la actualidad eran y son tratados como locos, traidores, gorilas, antipatria, comunistas, conspiradores, "de derecha", desestabilizadores o complotados. Como dice el escritor israelí Amos Oz: la gente que nunca cambia piensa que si alguien lo hace es un traidor.

Hoy, el término "represión" es confundido en forma irracional: la represión impuesta por las leyes en democracia es asimilada al concepto de represión de la dictadura. Es el mismo razonamiento de la vaca y el perro: dictadura y democracia son lo mismo porque tienen represión. Impedir o prohibir el inconstitucional corte de calles, carreteras o puentes -es decir, actos que coartan el derecho de los demás- es igualado al término "represión" de la dictadura militar. Oponerse a la invasión anárquica de tierras por parte de inmigrantes y de argentinos puede ser catalogado como xenofobia o ataque a los derechos humanos. El mensaje es enloquecedor. No está al servicio de la búsqueda de la verdad.

El Gobierno declara: "Quieren hacer aparecer que, como defendemos los derechos humanos, no nos importa la seguridad". Parte de la sociedad, en esta frase, es acusada de malvada, malintencionada o loca. Como el joven paciente, si se denuncia el amor hipócrita y el rechazo camuflado detrás de los "derechos humanos" y la "justicia social" que nunca llega, los gobernantes, aprovechándose como la madre del joven esquizofrénico de la circunstancial posición de poder, tildan a los denunciantes de estar contra los derechos humanos. Persiste el espíritu repetitivo: "golpes a la mente", antes que pensamientos. Mentiras frente a ver la dolorosa realidad. Ataque a la inteligencia de la población y a la ley, que pone freno a los instintos destructivos que habitan en todos nosotros.

¿Hemos alucinado múltiples realidades vividas? ¿Las personas asesinadas diariamente o los tristes hechos de Villa Soldati son producto de nuestra imaginación? ¿La impresionante expansión del perverso negocio de la venta de drogas es una simple ilusión? ¿Estamos locos y todo lo que percibimos es sólo una sensación? Debemos tomar conciencia de que nos quieren enloquecer -de la misma forma que al joven esquizofrénico- mediante la negación de la realidad que todos vemos y la proyección de intenciones propias sobre los otros. Cuanto más locos estemos, más poder tienen las mafias disfrazadas de asociaciones de seres bienintencionados. O denunciamos este repetitivo atentado contra la salud de nuestra sociedad, o seremos cómplices, como el padre del esquizofrénico, del progreso de la enfermedad y del triste futuro que nos espera.

El autor es psicoanalista.

La fuente: http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=1335311

lunes, 13 de diciembre de 2010

VERGÜENZA.

Argentina, uno de los países más ricos del mundo.

Argentina, un país que desde el 1er. semestre de 2003 ha venido creciendo a tasas similares a las que crecen países como China o India.

Argentina, un país que desde mediados de 2003, hace más de 7 años está gobernado por una administración que ha buscado en cuanto a su perfil, diferenciarse de todo lo que signifique derecha o centro derecha.


Argentina, un país que crece pero no se desarrolla.

Argentina, un país que no reduce sus índices de pobreza. Todo lo contrario. Y si algo ha estado haciendo con sus cifras es esconderlas.

Argentina tiene un tercio de su población sumido en la pobreza.

Argentina lo que no tiene es perdón.