viernes, 22 de febrero de 2008

AQUEL BAR BRITÁNICO.

Tantas veces nos habrá ocurrido a más de uno. Deambulamos por un sinfín de lugares y a veces no tenemos la más perra idea de qué puede representar tal o cual sitio. Cada uno de nosotros se eximirá de verse a sí mismo con el sayo de ignorante al ciento por ciento puesto si decidimos cuanto menos recurrir a gente idónea, o que conozca un poquito del tema.

Diré que para mí esa tarea nunca fue demasiado fácil. Y menos aún si se trataba de mis años de niño o adolescente. A menos que lo tuviese a mi padre cerca, que en la medida de lo posible me ha desasnado en más de una oportunidad sobre los más variados temas, aunque eso de andar
explicándome todo o casi todo nunca ha sido su especialidad. Pero reconozco y creo haberle
adivinado en más de una oportunidad cierto gusto por hablar de temas sobre los que sí se sabía con cierta autoridad para tratarlos.

Un día, no hace tanto, una de mis sobrinas que nos acompañaba en la sala de un estudio jurídico a mi hermana y a mí; mientras esperábamos nuestro turno, hojeaba una de esas revistas dispuestas en pila para el público, práctica que para un niño puede resultar toda una aventura. Todavía ocurre. Me ha pasado a mí mismo, de muy chico, ocupar ese mismo lugar, y creo que a muchos de ustedes también, que una determinada nota les llame más la atención que otra, y que cuando intentamos profundizar un poco en la lectura el tiempo se acabó, porque llegó nuestro turno y la manoseada revista pasará muy pronto al olvido. La revista, pero tal vez alguna nota de interés nos puede quedar dando vuelta en la cabecita sin fecha de vencimiento. La cosa es que, se me dió por mirar por encima del hombro y observé en esa revista que tenía mi sobrina una foto que me resultó bastante familiar.

"¿A ver eso?" Efectivamente, se trataba de la fachada del Bar Británico. No recuerdo el título de la nota, pero la bajada decía algo como "refugio de escritores, de reconocidas personalidades de la cultura y de intelectuales". Mientras leía eso, no pude menos que reirme unos segundos "para
adentro". Que no se malinterprete. Paso a explicar.

El artículo hablaba del inminente cierre del bar, cuyo local está ubicado en la esquina de Defensa y Brasil. No me voy a ocupar aquí de las causas de tal suceso, sino de algunas vivencias del pasado que me unen a ese lugar. Aunque parezca mentira una partecita de mi vida, por intrascendente que sea, le pertenece a ese bar.

Entre los años 1978 y 1980, recuerdo, solíamos juntarnos algunos chicos de la barra de Munro y
Carapachay, todos simpatizantes de Boca (condición indispensable) para ir a ver al club de nuestros amores, a gozar, a sufrir, a maldecir, pero al fin y al cabo, a ser parte de la fiesta. Inolvidables veladas las de aquellos años. Miércoles por la noche, cita obligada: Bombonera, tribuna de socios, con ocasional colada a la platea de vitalicios. Y al terminar el partido, generalmente a medianoche o pasada ésta, emprendíamos la obligada retirada hacia una de las puertas que dan sobre Del Valle Iberlucea, justo al ladito de la entrada al estacionamiento. Al final de esa cortada, comenzaba la zona de playa del ferrocarril, los antiguos terrenos de Casa Amarilla, un baldío cuya importante extensión no quedaba otra que atravesar en medio de una oscuridad espantosa. Pero lo hacíamos con entusiasmo. Con alegría. Sin temores. Eran otros tiempos. Finalmente, encontrábamos la luz, atravesábamos un alambrado roto y nos depositábamos sobre el empedrado de la calle Irala, pateando hasta el Parque Lezama. De ahí, era cuestión de cruzar hasta Defensa, pasar frente al Museo Histórico Nacional y llegar hasta Brasil.



"¿Vendrá enseguida el 143?"; "Yo tengo hambre"; "¿Y si vamos a tomar algo enfrente?" Declaraciones tras las cuales invariablemente cruzábamos en diagonal hasta el Británico. A mi viejo le había comentado acerca de ese bar, y éste me refirió algunas cositas sobre el mismo. "Ese lugar es imponente, ¿viste lo que es por dentro? Es una reliquia", decía. "Es como El Molino pero en miniatura". "Ahí solía ir gente del arte, escritores, no sé cómo estará ahora, hace rato que no voy, porque toda esa gente nunca le cayó muy bien que digamos a los militares..." "¿Y por qué?", le pregunté desde mi más absoluta ignorancia. "Y... porque siempre se los ligó con la izquierda, a otros con el peronismo..." a lo que le señalé: "El peronismo siempre está presente, para bien o para mal, ¿no?" "Y, sí", me dijo riéndose.

La cuestión es que a este grupo de futboleros lo único que le importaba era que el sánguche de miga o el pebete de jamón y queso esté bueno y que haya una Coca Cola o Seven-Up para "bajarlo". A propósito, alguna vez mientras esperábamos que nos atendieran, yo le había hecho el comentario a un amigo sobre lo que me había dicho mi viejo de este bar. El Gordo Marcos, le decíamos al pibe. Una noche, Marcos le dijo al que atendía el mostrador (y si no es uno de los que apareció hace poco en televisión hablando sobre el cierre del local, pega en el palo) que quería una bebida cola, a lo que este buen hombre le respondió, dudando: "Bebida cola... mmmm... ¡tengo Coca Cola!" Los tres nos miramos y nos entramos a reir. "¡Le hubieses pedido directamente una Coca Cola!" "¿Qué, sos fino ahora?" "¡Menos mal que no pediste una bebida gaseosa con sabor lima-limón!" El tipo se ve que escuchó pero se hizo el sordo. Y cuando se fue a atender a otros clientes, el Gordo me dice: "Che, vos me dijiste que a este boliche venía gente muy intelectual y qué se yo... ¡sería bueno que pongan a alguno de ésos a atender el mostrador!"

Y cosas de este tipo siempre nos sucedían en el Bar Británico. Todo esto independientemente de toda la historia que hay detrás de este emblemático sitio de Buenos Aires. Que por supuesto importa muchísimo más. Se sabe que hacia 1920 en ese mismo lugar existía una pulpería "La Cosechera". Que no muy lejos de allí se había armado un conventillo habitado por ingleses ex-combatientes de la 1ra. Guerra Mundial, casi todos asiduos concurrentes al lugar, por lo que al sitio se le pasó a llamar Bar Británico. Que durante décadas fue, efectivamente, el refugio de mucha gente ligada al arte, como músicos, escritores y pintores, que hasta hubo algún que otro número musical si la ocasión daba. Que durante la Guerra de Malvinas un grupejo de bienhechores, de éstos que no hacen más que enaltecer el orgullo nacional y hacen las cosas una hora antes de pensarlas, rompió a cascotazo limpio las vidrieras en donde se leía el nombre del bar. Se cuenta, al respecto, que los dueños de ese entonces optaron por renombrar al bar como "Tánico"; y que un día un turista de origen griego preguntó el por qué del nombre señalando que en su idioma eso significa "muerte" (me resulta raro, yo sabía que muerte en griego era Tánatos, o Thánatos). Como sea, le restituyeron el nombre, como siempre se le conoció. Luego de estar cerrado cerca de un año, a comienzos de 2007 fue reabierto. Se dice que ya no es lo mismo, que tiene poco o nada de todo lo tradicional que supo tener.

Hay gente que cuenta maravillas acerca del pasado del Bar Británico. Que compartió el lugar con
ilustres personajes de nuestra sociedad. Que conoció a sus antiguos dueños de los cuales hablan
muy bien. Cosas de las que yo muchos años después me vine a enterar. Quién sabe, tal vez mis
amigos y yo nos habremos sentado alguna vez cerca de alguna de estas personalidades. Después de todo, se ve que el Británico también tenía reservado un lugarcito para algún rejuntado de toscos simpatizantes de fóbal cuyo único interés era obtener un modesto refrigerio mientras esperaban ese colectivo verde que los acercaría un poco más a casa.

4 comentarios:

javiera dijo...

Anduve por el Británico en otra época, más bien en del 84 al 86, probablemente al salir o antes de entrar a Cemento. En esa época el Británico tuvo mucho que ver con la cultura under: desde que siempre estaba Enrique Symms, acompañado por su ginebra, hasta que, creo, ese tema que dice "Sola en los bares..." (no me acuerdo cómo se llama en realidad), de Man Ray, está dedicado a Batato Barea en el Británico. Por otro lado, que El Molino esté cerrada es una vergüenza. Es la más bella de las confiterías que haya conocido.

Mauro dijo...

Javi: lo mío tenía que ser un relato de la anti-cultura. En cualquiera de sus expresiones. Y habla de una época en la que precisamente el Británico no brilló como en otros tiempos. Dicen que andaba muy seguido por ahí Jorge Pinchevsky con su violín, entre otros, de ahí la referencia a algún número musical en vivo. ¿Así que tu época ahí fueron los 80s? Por lo pronto eso era otra cosa. Y en cuanto a El Molino, efectivamente, una medalla más para nuestros gobernantes. Yo la conocí por 1ra. vez en 1977, ahí hizo su fiesta de casamiento una tía mía. Después habré ido un par de veces más.

Arbolada dijo...

Yo también anduve por el Británico a partir del 84. Muchas veces a cuento de algún recital en Cemento. Luego, a finales de los 80, una amiga alquiló un viejo y húmedo departamento a la vuelta de ese bar y a la madrugada solíamos escaparnos hasta él en busca de un poco de calor. Recuerdo que era común ver allí verdaderos "personajes" dibujando o escribiendo en sevilletas, así como pequeños grupos de trasnochados discutiendo apasionadamente. ¡Siempre fue un lugar muy particular, ya lo creo!

Anónimo dijo...
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