Sábado a la mañana. Estoy saliendo de casa y veo pasar por la calle una vieja camioneta Dodge manejada por un hombre que voceaba al micrófono "compro de todo", desde colchones hasta equipos de aire acondicionado. ¡Cómo tronaban esos parlantes! Esas viejas bocinas corniformes, que siempre que las veo me transportan a una punta de años atrás. Bien. Sigo. No hice ni media cuadra y me pasa cerca un Falcon break que como muy nuevo era modelo '68. Y que como mínimo pedía una urgente inspección en ese motor. Sigo una cuadra más y en el semáforo para un Ami 8, que a primera vista pareciera que lo único que conservaba incólume era el chasis. "¿Qué es esto?" -pensé- "¿Un Déjà Vu?" Cuando yo andaba por los 10 u 11 años solía cruzarme con esos autos por la calle, y por cierto hace bastante que no veo semejante desfile retro. Para completar este revival, por la esquina de casa está pasando una obra de Aysa, que por lo que tengo entendido es un trabajo que debe hacerse todo de vuelta. Es un laburo enorme, para qué me voy a meter en detalles. Laburo que se hizo sin la debida planificación entre 1975 y 1976, en los tiempos de Obras Sanitarias. Solo me faltaría volver a ver el enorme pozo de aprox. 70 metros de profundidad ocupando todo el ancho de la calle que teníamos a metros de la puerta de casa, sobre Juramento llegando a Fleming, hueco al que nos encantaba adentrarnos con algunos amigos, a modo de un metafórico "Viaje al centro de la Tierra", solo para comprobar el calor y la falta de aire en esas profundidades. ¡Lo que era no tener nada mejor para hacer! Hoy, seguramente no me seduce para nada la idea de repetir la experiencia. Eso, si me lo
permitieran.
En estas fechas, como la de hoy 24 de marzo, en que se recuerda la peor tragedia que le haya tocado vivir a nuestra sociedad en su historia, todos esos acontecimientos de aquellos años a mí todavía me hacen ruido en el marote. Qué llamativo entonces lo que comentaba antes. Como si las circunstancias, caprichosamente, le quisieran dar el marco adecuado a uno si es que tiene ganas de hacer alguna reflexión sobre ese momento aciago de nuestro país.
Sin entrar a hacer un exhaustivo análisis de lo que pasó entonces, no es mi intención y menos aún me siento capacitado para hacerlo, voy a la pregunta del título: ¿Habremos aprendido la lección como sociedad? ¿Nos da lo mismo total hoy nuestras urgencias son otras? ¿Nos conformamos con el juicio y castigo a todos los violadores de derechos humanos que formaban parte del gobierno militar? Debe haber respuestas de las más diversas a estos interrogantes. Yo, por mi parte, opino que aún tengo mis serias dudas sobre la primera pregunta, la central. Nuestra sociedad ha vivido
permanentemente dividida desde tiempos históricos, tal vez uno de los primeros que se percató de ello fue el General San Martín, y así terminó sus días en América y se fue. Es significativo el hecho de que, años más tarde, durante la guerra contra el Imperio del Brasil, se ofreció a retornar al país. Únicamente por ese conflicto. ¿Habremos, o cuanto menos, estaremos superando por fin ese divisionismo al que nos han tenido malacostumbrados nuestros gobernantes? Yo tengo mis serias dudas. Y no me gustan los mandatarios que impulsan "las dos veredas" o el "nosotros y ellos". Eso nos indica que desde arriba, desde donde tienen que bajar los buenos ejemplos, todavía no se observa ninguna señal positiva.
La siguiente cuestión: me da bastante pena ver tanta gente poco involucrada con la democracia. No hablemos de respeto a las normas de convivencia, peor aún, es calamitoso el poco respeto por uno mismo que se aprecia a todo nivel. Todos somos testigos de la permanente degradación social, otro tema para un larguísimo debate que, salvo en algunos círculos intelectuales, jamás he visto.
Vayamos a la tercera pregunta: me parece fantástico que se hayan reabierto las causas contra los delincuentes que conformaban ese gobierno de facto, al menos sobre delitos de lesa humanidad. Han pasado los años y también hemos sido testigos de truculentas maniobras para poner bajo un manto de olvido todos esos acontecimientos que, por el contrario, merecían ser clarificados. Sostengo que, como pasa con cualquier institución republicana y democrática, es preferible que sea mala a no tenerla; en igual sentido, tanto mejor es tener una justicia tardía a no tenerla jamás. No estoy de acuerdo, en cambio, con que se haya intentado instalar en la sociedad una suerte de causa nacional acerca del tema. No. Si queremos un buen ejemplo desde la justicia, el proceso debe ser ordenado, discreto y ecuánime. De nada sirve un fallo en donde se observe una manifiesta intervención presidencial, o de organizaciones afines. Por otra parte, nunca entenderé muy bien por qué a esa enorme cantidad de argentinos que sufrieron el accionar del poder militar se los intente etiquetar como "la generación con ideales que intentó transformar un país". Dudo, incluso, que la mayoría de ellos se arrogara semejante calificación. ¿Esto excluye al resto? Todos, mal que mal, tenemos nuestros ideales. Personalmente siempre los he visto como gente con sus ideas políticas, discutibles, como todas. Como en cualquier sociedad seria. Pero, de ahí a Salvadores de la Patria hay un campo enorme. Tomo distancia de los Salvadores de la Patria. En cuanto lugar se nos ocurra, los Salvadores de la Patria le han hecho un flaco favor a su pueblo. Fueran del signo ideológico que fueran.
Ahora bien, ¿es suficiente? ¿Se hizo todo lo que se podía hacer? Detrás del aparentemente mero objetivo de secuestrar, torturar y matar gente por cuestiones ideológicas, que ya es una tragedia espantosa, por parte de un grupo que usurpó el poder en discordancia absoluta con la Ley, subyace otro factor decisivo: el económico. Históricamente, quienes persiguen un objetivo político, que pudiera incluir también un objetivo militar, por trasnochado que sea, persiguen también un objetivo económico. No hace falta rememorar todo ese proceso de saqueo sistemático que sufrió nuestro país, desde el vaciamiento industrial, pasando por la Patria Financiera y el legado de una escandalosa deuda externa. Hemos visto a unos pocos procesados y a ningún condenado entre estos jerarcas del Palacio de Hacienda que hicieron de la corrupción una marca registrada, casi un culto diría, hundiendo a nuestro país en una pobreza que pocas veces o nunca conoció. Se me dirá, no es lo mismo la desaparición o muerte de 30.000 personas que un montón de delitos económicos. Claro que no. Pero jamás hay que perder de vista que la corrupción también mata. Y cómo. Y puede hacerlo a una escala mucho mayor que un conflicto armado. Sería interesante que nuestra sociedad comience a tomar nota de ello, y que nuestra justicia se empiece a reformular algunos conceptos sobre eso precisamente, la justicia cuando de cohecho, negociados, retornos, clientelismo y enriquecimiento ilícito se trata.
Y todo esto se hizo, hay que decirlo señores, con la anuencia de la Iglesia Católica. Sí. Otra institución a la que le cupo un triste papel en ese momento. Sin el guiño cómplice de la Iglesia el golpe del '76 no hubiera ocurrido. Fueron los últimos a los que consultó la Junta Militar en marzo de 1976. Tampoco he visto la decisión política desde nuestras instituciones para tomar medidas contra algunos componentes del clero, hablo de los pesados. Y otro papel patético es el que hizo nuestra clase política, apoyando tácitamente el golpe en su mayoría, sumado todo esto a la pasividad de tanta gente.
Una última reflexión. La tragedia de mediados a fines de los 70s pudo ser mucho peor. ¿Peor todavía? Hubo un hecho algunos años antes de 1976, que como cabe suponer, dadas las actuales condiciones políticas, se hará todo lo posible por evitar su confirmación. De eso jamás se hablará. Todos sabemos que nuestra desgracia no arrancó en marzo del '76. Y todos sabemos quién fue el mentor de la Triple A. Queda el interrogante sobre qué grado de responsabilidad le cupo a quien entonces ejercía la máxima autoridad en un gobierno constitucional de la Argentina, desde el momento en que se sabe que Perón -a él me refiero- prestó su conformidad para eliminar a los sectores de izquierda enquistados en su Movimiento. Vaya paradoja, el peronismo, que contrariamente a lo que muchos piensan y lo que otros le quieren hacer ver a la gente, es un movimiento intrínsecamente de derecha porque su gen lo es, aunque con ribetes populistas. Originalmente fue concebido así. Luego, murió Perón, López Rega se alejó del poder y la situación institucional se fue deteriorando a pasos agigantados. Pero estuvimos a punto de la disolución. O de una colombianización tal vez. ¿Qué hubiera pasado si el accionar de la Triple A hubiese durado todo lo que se suponía debiese durar? No quiero ni pensarlo. Porque lo que vino después, la irrupción de los militares subidos al poco claro decreto que disponía "el aniquilamiento del accionar subversivo" (que alguien me lo explique, por favor), con golpe de estado incluido, cualquiera sabe que terminó siendo funesto, pero repito, no quiero ni pensar que tamaña inmoralidad se hubiese perpetrado desde un gobierno elegido por la gente.
Hoy, toda esa trama siniestra parece lejana. ¿El fin de la fractura social también? Espero que no. Y espero que nuestros dirigentes no desaprovechen este momento del concierto internacional. Hay una excelente oportunidad a la vuelta de la esquina. Sería bueno, al igual que otro países del continente, decidirse a tomar los riesgos necesarios y ponernos en carrera nuevamente. Después de todo, no somos una mala sociedad. Quizás no hemos estado muy lúcidos a la hora de elegir a nuestros representantes.
Mi utopía hoy es, que en este 24 de marzo, cada argentino piense aunque sea un par de minutos, qué nos pasó y hacia dónde quisiéramos ir como nación.
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