Venía charlando en el tren con un compañero de laburo, entre otros temas de gran profundidad, sobre la opaca –opaca siendo benévolos- performance que le cupo a nuestros deportistas en Pekín, sí, en estos Juegos.
-Ché, qué desastre… ¡algunos ya no pasan ni las clasificaciones!
-¿Y qué? ¿Te sorprende?
-Pero mirá que hasta los países más pobres que el nuestro están ganando medallas.
-Sí, pero hay de las dos. Si yo te digo: Arabia Saudita ¿es un país pobre? Creo que en toda su vida no ganaron una sola medalla. Y si decimos Jamaica, o Kenia, tienen buenos atletas, ¿no? Y son el subdesarrollo del subdesarrollo.
Si de una cosa me convencí rápidamente hace mucho, cuando recién comenzaba a enterarme de cómo era el mundo, es de que uno cosecha lo que siembra. Y que los hechos son un fiel reflejo de una cultura. Hace mil años y ahora. Nuestro país tiene un proverbial desinterés por el apoyo a cualquier actividad, ya no sólo al deporte, a la educación pública, a las artes, al enriquecimiento cultural en general. Ha habido hechos muy puntuales que marcan una excepción, pero la regla es ésa.
Yo lo analizaría más por el lado de nuestro empobrecimiento integral. Por nuestro anquilosamiento mental como país. No nos interesa que nuestra gente aumente su potencial, que lo tiene, y vaya si lo tiene. Y esto ya no tiene que ver meramente con una cuestión de logros deportivos. Tiene que ver con qué perspectivas tiene el poder con sus políticas de estado. Si algo me queda muy claro, es que el estado argentino tiene como política de estado no apoyar a sus deportistas. La selección de fóbal podrá ganar la final 10 a 0, nuestros basquetbolistas podrán traer otro oro, las chicas del hockey –veo casi todos los partidos de éllas, soy un confeso fan de Las Leonas- podrán dar vuelta como a una media a todas sus rivales de acá a la final, pero la cosa, veo que no tendrá posibilidades de cambio por mucho tiempo.
Como el tema de Metallica, triste pero cierto.
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