¿Alguna vez alguien de ustedes se ha detenido, aunque sea por un instante, a pensar de
dónde procede su apellido? Tengan en cuenta que es la marca que llevan de por vida.
Hace más de 20 años, un relato de una persona en un artículo periodístico de un
diario, despertó mi curiosidad. Resultaba que el hombre de esa historia llevaba el
mismo apellido que yo, y parecía haber varios puntos de contacto entre sus orígenes y
el mío. Habiendo descartado cualquier parentesco, decidí encarar el armado de mi
árbol genealógico, aún a sabiendas de lo complicado que podría resultar.
El primer tramo, que implicaba a las últimas cuatro generaciones, no era difícil de
desentrañar. Mi padre llegó desde Santiago del Estero, siendo su padre oriundo
también de esa provincia, y a su vez, este último descendiente de otra familia afincada
en el mismo pueblo, Añatuya. Estamos hablando de una región del país que soportó un
singular proceso de colonización en algún punto de nuestra historia.
Fundamentalmente en Santiago, todavía en muchos pueblos del interior de la
provincia hay gente que conserva el carácter bilingüe, utiliza mucho el quichua aparte
del español. Mi padre me recordaba que su abuela, de origen indio, hablaba solamente
el quichua y no sabía una sola palabra de español. No era el caso del abuelo de mi viejo,
que siendo de origen indio sí lo hablaba.
Los estudiosos del tema parecen concordar, mayormente, en que es un error creer que
los habitantes originales del nor-noroeste argentino ya hablaban esa lengua antes de la
llegada de los españoles. Hay documentos que abonan la teoría de que el lenguaje
quichua fue importado desde el Virreinato del Perú, con el objeto de lograr una mejor
evangelización en la región.
De forma que, no encontrando más documentación sobre los progenitores de mis
bisabuelos, por la sencilla razón de que nuestros indios no acostumbraron jamás a
hacer árboles genealógicos, llegué a la conclusión de que muy probablemente ese
apellido Bravo, más común en esa región que en otros puntos del país, esté instalado
desde los mismísimos comienzos del siglo XVI, transferido através de las sucesivas
generaciones a partir de algún Barón o Conde que portaba ese apellido asignado a
muchos nobles y que, supongo, algún día recaló en lo que fue alguna vez territorio
incaico.
Es interesante este punto, por cuanto el apellido Bravo no es tan viejo en España. Los
registros del reino señalan principalmente que ese apellido fue concedido a diversas
personalidades, en su mayoría varones que demostraron mucha valentía en los
tiempos de la reconquista española, luchando contra el invasor moro a fines del siglo
XV. Se les asignó, pues, el apellido y un título de nobleza. Así, el apellido no tuvo jamás
un único tronco que posteriormente se fue ramificando, sino que puede pertenecer
perfectamente a ramas de distintos troncos. Se sugiere que el apellido comienza a
difundirse desde la regiones de Castilla y León, aunque también aparece muy
fuertemente consolidado en las provincias de Burgos, Cantabria, Valladolid y Madrid.


Existen dos casos que podrían constituir una excepción. Se habla de un hombre que
amasó una inmensa fortuna llamado Martín Bravo, allá por 1168, pero del que no se
supo más nada. Y se dice también que el apellido apareció por primera vez en
Barcelona, pero con un origen muy peculiar, ya que lo trajo una familia llegada desde
Italia de apellido Brevsallin -me suena más a procedencia balcánica- cuyo apellido fue
mutando hasta quedar finalmente en Bravo.
Algunos datos más: Bravo no es de los apellidos más comunes en España. Ocupa el
lugar nº 156, pero aún así, está arriba de otros como Aguirre, Benítez, Rivas y Palacios,
por ejemplo. Y son cerca de 27.000 los que comparten el apellido.
La mayoría de los Bravo viven en Madrid (representan un 5% del total) y Barcelona (un
2,5%)
Casi todos los Bravo que vivimos en Argentina somos de origen amerindio (yo calculo
que deberíamos andar en un 98-99 %)
Fernando Bravo no se llama así. Su apellido verdadero es otro.
Nino Bravo, tampoco.
Ella sí... y observen qué ejemplar.

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