jueves, 4 de junio de 2009

EL VALOR DE LAS PALABRAS.

Me referiré en lo posible brevemente a los duros (¿duros?) términos con que ayer el mellizo Alfredo se refirió al ex presidente en funciones y en campaña. Si puse entre paréntesis una duda es porque últimamente nada parece levantar demasiada polvareda por estas comarcas. Creo que ni un asteroide, por grande que fuese, golpeando suelo argentino lograría tal efecto.

Como declarara en alguna oportunidad el “Negro” Fontanarrosa en el Congreso Internacional de la Lengua (¿se acuerdan?), el vocablo “pelotudo” está muy bueno, raya lo genial, diría yo. Existen montones de sinónimos, desde los más leves como “zonzo”, “mentecato”, “estúpido”, “bobo”, “gil”, y de ahí podemos ir elevando el nivel pasando por términos neurosiquiátricos como “idiota” o “tarado” (este último, en boca de una mujer, suena más agresivo que en boca de un hombre) hasta llegar a palabras de calibre más grueso como “boludo” o “forro”, por citar algunas.


El dirigente rural de marras pudo haber utilizado también, de haberla conocido, la palabra “zote” (me encanta), aunque es de uso infrecuente en nuestro idioma. Pero quisiera volver a “pelotudo”. Como dijera el fallecido dibujante, ninguna palabra por el estilo tiene la contundencia de “pelotudo”, todo un ingenio lingüístico muy eficaz. Él sostenía que la razón residía en esa “pé” resoplona, a la que habría que sumar evidentemente esa “té” tan significativa en la pronunciación. El énfasis en la expresión tiene mucho que ver.

Ahí está la clave, sin dudas. Soy un convencido de que no existen las malas palabras, sí existen las palabras dichas con mala intención, que suelen tener un mayor poder de daño.

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