Cuando José M. Aguilar asumió la presidencia de River Plate allá por 2001, y aún durante los primeros tiempos de su gestión, la relación con su par de Boca Juniors, Mauricio Macri era buena, cordial y hasta se los vio juntos en varias apariciones televisivas. A partir de 2003, esta situación lentamente fue cambiando. ¿Por qué? Evidentes presiones del poder político. El mandamás xeneize era considerado por decreto inderogable un enemigo del poder y, de acuerdo con la impronta oficial, a los enemigos, ni un vaso de agua. Así, Aguilar se sube con su tabla a la ola kirchnerista tratando por todos los medios de mostrar a los cuatro vientos su carácter izquierdoso, progre, cool, la máscara ideal de acuerdo con los nuevos vientos.
Mientras tanto el poder político ya venía haciendo punta en estas cuestiones. Sería muy largo ponerse a enumerar la cantidad de personas e instituciones a las que se eligió como enemigos de la Causa Patriótica. Hasta llegó a elevar a ese status a su otrora compinche Grupo Clarín, en las personas de su titular y su CEO. ¿Qué pasó con eso? ¿Por qué quien hasta hace dos horas era mi amigo ahora es mi acérrimo enemigo? Nadie lo sabe, ni yo lo sé, dice la canción.
Por el lado del club de Nuñez, siempre deteniéndonos en la época, se empiezan a ver grietas importantes en su situación financiera, grandes ventas de jugadores que luego en los asientos contables no se ven reflejadas como tales y la dirección del club se ve en la necesidad de empezar a dibujar los balances. ¿Les hace algún ruidito esto?
Además, el club tenía y tiene aún enormes problemas de conducción futbolística a nivel dirigentes, contratando técnicos que nunca estuvieron a la altura de un club como River, pero como en estos tiempos la calidad no importa, la capacidad tampoco, importa la lealtad a La Causa, el globo se pinchó y lentamente fue en descenso.
Hay que decir que esta situación no es ajena a la mayoría de los clubes de fútbol de la Argentina. Más de uno que sepa de lo que estamos hablando recordará esos tiempos de disputas ideológicas –inútiles, poco constructivas- entre el sector progresista, o pretendidamente, con Víctor Hugo Morales y Cherquis Bialo a la cabeza, seguidos por Juan De Stéfano y una serie de personajes de dudosísima reputación que termina en el propio Julio Grondona, contra el recientemente llegado al mundo del fútbol Mauricio Macri, quien representaba lo peor de lo peor de este mundo: la derecha, el capitalismo salvaje, por qué no el fascismo y por qué no también el ocaso de un entretenimiento popular por excelencia como el fútbol argentino, que a decir de nuestros insignes defensores de la Patria, pronto sería avasallado por la onda privatista que por todos los medios trataba de imponer, según su criterio, el hijo del capo del Grupo Socma.
No hace falta recordar en qué terminó esa disputa, con los resultados en la mano. Macri, no sólo no privatizó a Boca Juniors ni avanzó en tal sentido contra el fútbol en general, sino que dejó al salir de la presidencia un club ordenado institucional y económicamente. De los resultados deportivos no tendría mucho sentido hablar.
¿Y del otro lado de la calle? Tuvimos clubes intervenidos, clubes en quiebras no solicitadas (a San Lorenzo le pasó que el presidente saliente le dejó 600 pesos en la caja fuerte a la nueva administración) y todos los progres juntitos (señores, gritémoslo hasta romper las gargantas, ser o parecer progre en Argentina es estar junto a la Patria, por más que seas más chorro que Butch Cassidy y Sundance Kid) terminaron prendidos de la gran teta que es el Estado Nacional, arrodillados frente al poder y sirviéndose de una exorbitante suma dinero que no les corresponde, que en todo caso sirve mejor para construir escuelas, hospitales o para pagarles mejor a jubilados y maestros. Pero claro, yo no suelo comprender estas cosas, el populismo ha adquirido en estos tiempos la categoría de religión.
Vuelvo al tema central. Transcurrió el tiempo, Aguilar ya había sido reelegido, la situación económica del club se iba agravando pero todos estos datos negativos eran prolijamente tapados. Y se sabe que la mejor manera de no buscarle una solución a los problemas es ocultándolos o ignorándolos. En medio de esta situación, el bueno de José María se permitió afirmar que River era lo más parecido a Aruba. Si la vamos a hacer, la vamos a hacer bien, como decía ese famoso actor cómico, también nuestro gobierno nacional en un acto de humildad que conmovió a toda una sociedad resaltó durante los festejos del Bicentenario que su gestión fue, por lejos, la mejor en 200 años de historia argentina. En fin.
Claro, si a los problemas políticos le sumamos una descomunal corrupción, es muy posible que la bomba no estalle hoy mismo, eso sucederá más adelante y quien padecerá las consecuencias será otro presidente, la masa societaria y los simpatizantes. Estas cosas normalmente las hace no sólo el delito, sino algo mucho peor, la impunidad.
En nombre de un supuesto progresismo no se puede permitir el despojo. La corrupción no tiene ideología, después de todo. Tiene implicancias que van más allá de la derecha y la izquierda. Tiene consecuencias muy serias que mucha gente no suele sopesar en su debido momento. Después, que no nos sorprendan las debacles.