Hoy, recurriendo a esos mismos versos, podría afirmar perfectamente que como sociedad, y de la mano de la máxima pasión (o una de las que más) de nuestro pueblo, nos hemos ido indefectiblemente a la B.

A propósito, los otros días me referí al tema charlando con amigos sobre la caída en picada del prestigio futbolístico argentino, y no sólo a nivel selecciones, sino también a nivel equipos, y que tiene su exacto correlato con lo que nos pasa a nivel dirigencial, ya no sólo en lo que atañe a lo futbolístico, sino como país.
Si a alguien le sorprende cómo le va a Uruguay, y cómo le va a Argentina, deténgase un instante a observar cómo se desarrollan los acontecimientos a ambas orillas. Uruguay tiene una dirigencia seria, y traslada eso a los temas del fútbol (no estoy diciendo que sean un país maravilloso, por favor), y los resultados aparecen. La Argentina ha adoptado una forma de hacer las cosas que vive a contramano de la oferta oriental, no nos interesa el respeto por la norma, el respeto por la prensa es un bonito recuerdo, y lo único que importa es llevar adelante todo de manera prepotente, autoritaria, sin escuchar opiniones -importa mucho más el interés político de los gobernantes de turno- y los resultados no pueden ser otros.
Algo habrá que hacer. Pensar no dos, sino cuatro veces, nuestro voto en octubre. Creernos nuestro propio relato como nación puede alcanzar por un tiempo, pero eso, por más que le busquemos la vuelta, tiene fecha de vencimiento.
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