El pueblo argentino vivía hace 30 años una gran fiesta: ganamos el Mundial de Fútbol Argentina ’78. Después de todo el tiempo que pasó, a muchos les ha quedado la impresión de que aquella conquista deportiva debería hoy soslayarse, cuando no pasarla a integrar el listado de los tantos cadáveres en el ropero de nuestra historia reciente.
¿Nos debe poner orgullosos haber salido campeones del mundo en fútbol en 1978? A ver, yo prefiero separar siempre los tantos. No me gusta poner todo en el mismo bolsillo, no sea cosa que para abrir la puerta de mi casa en lugar de sacar las llaves saque un peine o un encendedor. La confusión solo le sirve a los vivos y acrecienta la ignorancia de la mayoría. No se puede apartar el hecho deportivo del contexto político, siempre alguna relación existe, pero es poco serio señalar con el dedo a una multitud o a un plantel de fútbol incluido su cuerpo técnico –como he visto muchas veces- por haber tomado parte de aquello, como si alguna responsabilidad les cupiese. Argentina tenía asignada su sede para el Mundial desde 1972, y los dictadores argentinos se lanzaron desenfrenadamente a confirmar el torneo, por otra parte, mediante maniobras sórdidas como la creación del EAM 78, cuando el organizador era la AFA.

El pueblo futbolero, y el adyacente, tenía derecho a vivir una fiesta. Y la vivió a su modo, con su folclore y demás. Pero como tantas veces ocurre, fue víctima de la falta de información. Del ocultamiento sistemático de los horrores que perpetró el Estado sobre gente cuyo delito era pensar de otra manera. No voy a extenderme en este tema, podría escribir kilómetros de opiniones sobre lo que sucedió en aquel momento, sobre tragedias y curiosidades que pude averiguar y ver, en ese tiempo y en el que le siguió. Sería tema para otra charla.
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