domingo, 13 de julio de 2008

CANCIÓN DEL INMIGRANTE.

Por estos días se está hablando mucho de un tema muy delicado, que por cuestiones de política interna, tal vez menos trascendentes pero que tiene como protagonistas a sectores muy pesados de nuestra sociedad, corre en segundo plano, como ese software que está trabajando a escondidas mientras el sistema operativo demanda otras cosas, hasta que salta con alguna novedad y allí tendremos que prestarle más atención.

Me refiero al asunto de los inmigrantes argentinos en Europa, especialmente en Italia y España. Se habla de que son muy maltratados, no sólo se habla, se han visto informes televisivos, etc. De lo que yo me quisiera ocupar es de la cuestión macro, no de los casos puntuales. Es que, no todo es como se cuenta y también hay muchas cosas que se ignoran.

Siempre dije que prefiero mil veces vivir dentro de un caño o debajo de un puente pero en mi país, que en un cómodo departamento o casa en cualquier parte del mundo desarrollado. Hay muchas razones para que piense así, aunque la fundamental es cultural. El desarraigo no es fácil de sobrellevar y en el extranjero se puede tener absolutamente todo, pero se sigue siendo extranjero.

Se escuchan voces como”¡Pero cómo puede ser, a esos tanos y a esos gallegos que los trajimos a la Argentina para matarles el hambre, ahora mirá como nos pagan!” o “¡Habría que deportarlos a todos, ojo por ojo, diente por diente!”, para agregar otras un poco menos racionales. Mal consejo. La venganza podrá ser el placer de los dioses pero esas ínfulas de revanchismo a las que somos tan proclives los argentinos no nos conducen jamás hacia delante. Nos atrasan el calendario. Y nos suman más problemas que nadie quiere. Además, no sé cuántos inmigrantes naturales de España y de Italia nos quedan vivos hoy en nuestro país. Mi antepasado italiano, mi abuelo materno, murió al poquito tiempo de que yo nací, creo que ni me llegó a conocer.

Ahora, ¿es lo mismo aquello de principios del siglo XX que lo actual? Veamos. Tanto la política inmigratoria argentina, como la de los Estados Unidos cien años antes, fueron muy bien planificadas, con sus distintos matices, nosotros somos un país más joven, el territorio estaba muy despoblado y hacía falta mucha mano de obra para trabajar la tierra. Y el inmigrante fue integrado, se lo hizo sentir lo menos posible un sujeto foráneo. Y fundamental: se le dieron condiciones básicas, pautas con las que el Estado se comprometió a través de esas políticas. Primero, el respeto por la propiedad privada, segundo, seguridad jurídica y tercero, se le dieron todos lo beneficios sociales de que gozaba cualquier habitante nativo de este suelo. ¿Se parece mucho a una política para atraer inversiones? Es que justamente de eso se trataba. La inmigración europea era considerada una inversión a largo plazo por el Estado.

El caso de nuestros emigrantes, que tiene diferencias con respecto al de otros países vecinos, por ejemplo, ya que ni hablar de los africanos, musulmanes y europeos del este, es bien distinto. Muchos de los que yo conozco no se han ido con una mano atrás y otra adelante como fue el caso de los que llegaron a estas tierras muchos años ha. Si contara la experiencia de mi abuelo, que habiendo estado en la guerra de 1914 y, aprovechando un parate se escapó y se metió en la bodega del primer barco que supo que se venía para América. Ni imaginar cómo deben haber sido esos viajes. Los barcos llegaban limpitos, eso sí, libres de cucarachas y ratones, cuando no ratas, que constituían muchas veces la dieta de los viajeros.

Las realidades políticas, económicas y sociales de ambos mundos han cambiado, creo, de un modo bastante marcado. Han tomado caminos diametralmente opuestos. Mientras Europa ya ha ingresado en el siglo XXI, a nosotros nos faltan algunas décadas todavía. España e Italia tienen una economía atada a los designios de la Unión Europea. Una política económica de mercado, neoliberal. Y no parecen tener un plan inmigratorio demasiado abierto. Saben que si no son cuidadosos, como lo fueron los EE. UU. en su momento, el sistema se puede resentir. Aquí no hay cuestiones raciales ni culturales. Eso queda más para los sectores populares.

España, pese a estos desencuentros, sigue siendo nuestro gran amigo europeo. Y pese, todavía, a los constantes desaires que le hace el Gobierno argentino. Los argentinos no nos presentamos en el mundo si no es de esa manera. Petulantes, hipócritas y maleducados. Una vez le preguntaron a un líder de la mafia siciliana con quiénes jamás haría un negocio. La respuesta fue tajante: “Con un argentino”.

Seamos prudentes. Los que se han ido pa’ las europas, no son ni lo mejorcito ni lo peorcito de nuestro stock. Son gente común que, como mínimo, en mi opinión, debió revisar su idea, y que fue a buscar un cambio rápido en su situación personal. Si pensaran un segundo, los tanos y gallegos que llegaron a la Argentina hace décadas, encontraron su bienestar muchos años más adelante, después de un gran sacrificio.

Todos queremos exaltar las libertades, los derechos humanos y demás. Pero muy pocos son los que saben en qué puesto de la cancha son más aptos para jugar.

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