¡Día del amigo! Con todas las cosas que puede encerrar esa frase. Después, lógicamente, deberíamos entrar en el análisis de las distintas categorías de amigos. Amigos del corazón, amigos por conveniencia, amigos en los negocios, amigos por cierta afinidad ideológica, deportiva, musical, etc. Y amigovios, por qué no.
En los días de mi infancia, en que yo estaba más inmerso en temas de una profunda preocupación social como a qué horas me tenía que juntar con mis amiguetes para ir a jugar al fóbal, cuando no escuchar el partido por la radio cuando fracasaban definitivamente mis últimos intentos por convencer a mi viejo para ir juntos a ver a Boca a alguna cancha, o contar estrellas de noche, hubo un tema que sacudía mi interés de un modo muy cercano al paroxismo: la misión Apollo XI a la Luna. ¡Qué tiempos aquellos! Recuerdo como si fuese muy reciente ese día del alunizaje, pese a mis cinco años, con toda la familia reunida frente al televisor, en esas esporádicas veladas en que nos juntábamos para hacerlo. Al punto que, al poco tiempo, llegué a tomar una vieja cámara fotográfica de la familia, en desuso, no mi familia, sino la cámara, para transformarla en una imaginaria cápsula espacial, que por falta de medios apropiados me resultaba imposible lanzar al espacio, pero que debía cumplir correctamente los procedimientos para su reingreso a la Tierra, de modo que le incorporé un paracaídas de paupérrima factura casera. No hace falta decir que en mi familia no existía un gran entusiasmo por la fotografía, así que nadie se molestó mucho por el uso que yo pensaba darle. La experiencia resultó bastante decepcionante, debo decir, probé de mil formas, pero la dura bakelita siempre terminaba estrellándose lastimosamente contra el suelo. Mi viejo, tomando debida nota de ello, aceptó para fines de año comprarme la versión en juguete del módulo espacial en cuestión y allí primó la razón y todos fuimos un poco más felices, yo seguramente el que más.

Con los años, un buen día me enteré de que la fecha para el Día del Amigo tenía su origen en una propuesta de un argentino, Enrique Ernesto Febbraro , profesor de psicología, filosofía e historia, músico y odontólogo, impulsando esa iniciativa luego de la conmoción provocada por aquel acontecimiento de enorme trascendencia histórica, la llegada del hombre a la Luna. Y pensé en tantas cosas, si el hecho realmente ameritaba como para tamaña declaración, si no se podía buscar otro suceso de la historia, como la finalización de la Segunda Guerra Mundial (hoy, si por mí fuera, propondría la fecha de la caída del Muro de Berlín, por ej.), pero bueno, con ciertas reservas le he dado mi OK.
No vamos a soslayar tampoco todo ese entramado de suspicacias a nivel mundial que rodearon y rodean al factor que ha motivado la idea del Día del Amigo. Muchos han conocido historias sobre una supuesta enorme patraña montada por el gobierno estadounidense de ese entonces, sobre argumentos poco consistentes acerca de toda esa operación astronáutica, desde el mismísimo lanzamiento, hasta detalles, a juicio de ciertos escépticos investigadores, y hasta opinólogos en pantuflas que nunca faltan en ninguna parte del mundo.
Yo no entraré en demasiadas consideraciones al respecto, algunos descargos que han tratado de fundamentar sobre ciertos aspectos técnicos simplemente se cayeron en el mismo momento en que fueron enunciados, por citar uno, el por qué de una banderita estadounidense que flameaba cuando se sabe que la bajísima densidad atmosférica de la Luna, casi inexistente, no puede provocar ningún viento. La banderita en cuestión, estaba hecha de PVC y fue confeccionada de forma ondulada para dar esa sensación flameante y nada más. O por qué no se ve en las fotografías un enorme fondo con un cielo estrellado. Sencillamente porque la contaminación lumínica del sitio, sumando el intenso reflejo de los rayos solares sobre la superficie selenita, blanca, más los trajes de los astronautas, blancos, impedía una buena visualización en detalle de lo que ocurría en el horizonte lunar. Hasta se polemiza sobre la célebre frase de Neil Armstrong, cuando señaló “Un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”, sobre si realmente quiso decir eso, sobre si no incurrió en un lapsus lingue, dando lugar a las más variadas controversias e interpretaciones.
Yo quisiera agregar que en 1969 el desarrollo tecnológico hacía perfectamente posible una misión de estas características. Que fue una buena jugada política mediante una demostración de poderío frente a su rival soviético durante la Guerra Fría, no tengo la menor duda. Que se ocultaron un montón de inconvenientes por los que tuvo que atravesar esa campaña, tampoco.
Pero todas estas cuestiones hoy pasan a segundo plano, a muchos ni le interesan, y visto que han encontrado una buena justificación para celebrar aunque más no sea por una vez en el año con gente cercana y seres entrañables el valor de la amistad, el objetivo tiene un buen fin.
¡Muchas felicidades a todos mis amigos en este día!
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